El elevado precio del trigo o la cebada, que ha repercutido en el alza de otros productos como la carne, se empezó a gestar antes de la guerra de Ucrania, que lo que ha hecho es potenciar el problema
Una tormenta perfecta. Así podríamos definir la denominada crisis de los cereales que puede provocar, si es que no lo ha hecho ya, un problema alimentario a nivel global sin precedentes. La guerra de Ucrania ha potenciado la escasez, que ya venía de atrás, de materias primas como el maíz, el trigo y la cebada y eso se ha traducido en una fuerte subida del precio de muchos productos desde su origen. Las consecuencias son innumerables, pero destaca una por encima del resto: el alza de la cesta de la compra, algo tangible en el día a día del ciudadano español que cada vez paga más por el pan, la leche y la carne.
En toda esa espiral de altos precios también tienen que ver el aumento de la gasolina y la energía, la escasez de todo tipo de materiales y el hecho de estar asomando la cabeza tras una crisis sanitaria nunca vista, como la del COVID-19, unos factores que son el caldo de cultivo perfecto para una inflación desatada que impacta con fuerza en Occidente y destroza al Tercer Mundo. La ONU ya lo ha advertido: la crisis puede convertirse en una “catástrofe en 2023”. Por desgracia, todo indica que esa “catástrofe” se va a producir.
La reducción de la producción de cereales en Ucrania, quinto exportador del mundo, y el bloqueo de Rusia, pero también las sanciones a Moscú, primer exportador si no contamos a la Unión Europea, el repentino proteccionismo de la India o el aumento del consumo en China, han hecho que el trigo se haya encarecido más de un 55% en comparación con mayo del pasado año, según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Es solo una cifra, pero ésta, por sí sola, ya habla de la magnitud del problema, que va mucho más allá de la invasión rusa del país vecino.
Además, y casi al mismo tiempo que se ha producido la crisis de los cereales, que repercute en diferentes actividades de alimentación como la producción de harina, pan, pastas y cerveza, se ha producido una gran subida del precio de los fertilizantes que llegan de Rusia. Eso ha repercutido también en la industria de piensos, poniendo en una complicada situación a los ganaderos, que al igual que los agricultores han tenido que hacer un importante desembolso por el precio de la energía y el combustible, que sigue marcando máximos históricos.
Las cifras y los datos
Esta es la teoría de lo que ocurre de forma resumida, pero en la práctica las cifras no mienten. A finales de mayo, la cebada nacional costaba 395 euros por tonelada en la lonja de cereales de Barcelona, la más importante de España, pero si nos vamos al mismo periodo de 2021 ese mismo producto costaba 235, un 68,09% menos. En lo que respecta al maíz de importación, en mayo de este año tenía un precio de 380 euros, por los 270 del anterior, un 40,74% inferior. Y si hablamos del trigo forrajero, las cifras son más llamativas: en mayo estaba a 408 y en 2021, en la misma fecha, a 247, un 65,18% menos.
Pero antes de la guerra de Ucrania la situación ya era crítica, tal y como muestran los datos. Si nos fijamos en los precios de la lonja Agropecuaria de Toledo de enero de este año, antes de estallar el conflicto, y en la misma fecha de 2021, podemos ver grandes diferencias. En el primer mes del año, el maíz costaba 283 euros por tonelada, la cebada 279 y el trigo panificable 313.
Esos precios, justo un año antes, eran de 207, 178 y 221 respectivamente. Mismas o similares diferencias encontramos en otras materias primas como el centeno, el guisante y el garbanzo.
En la siguiente gráfica del Ministerio de Agricultura podemos ver la llamativa evolución de los cereales a nivel nacional y como el precio de estos comienza a dispararse a mediados de 2021. Anteriormente solo vemos una subida similar, aunque no tan marcada, en 2014, justo cuando Rusia se anexionó Crimea y provocó un conflicto con Ucrania. Aquello, que en su día ya fue una crisis de los cereales, fue un ensayo de una situación que ahora vivimos a mayor escala y que se alargará en el tiempo, al menos durante este año y, probablemente, el que viene.
Un problema que viene de atrás
En pocas palabras, la guerra de Ucrania no ha creado el problema, al contrario de lo que puedan pensar muchos, sino que simplemente lo ha agravado. Porque esto, tal y como defienden desde la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA), viene de antes. Pero, ¿cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué ha provocado este aumento de precios?
En declaraciones a Republica.com, la presidenta de ASAJA de Toledo, Blanca Corroto, asegura que el mercado mundial de cereales ha visto cómo se incrementaba el precio desde el inicio de campaña, con una fuerte demanda de productos básicos como el trigo, antes de la guerra de Ucrania. Ese es un factor.
Otro es que el trigo ha pasado a utilizarse también para alimentación animal ante una menor oferta de otros productos (maíz, sobre todo, también girasol) por una menor producción, lo que ha disparado su precio.
Pero hay más razones para que las cifras se disparen, según Corroto. Una de esas causas es China, que ha salido de la crisis de la peste porcina y está demandando este año grandes cantidades de cereales para pienso para su cabaña porcina, que alimenta a un país de más de 1.400 millones de personas.
También influye la especulación, “con la entrada en escena de los fondos de inversión”, asegura Corroto. “La pandemia del COVID-19 ha afectado a las bolsas, lo que ha llevado a inversores a buscar refugio para sus inversiones en, entre otros productos, los cereales”, señala, incidiendo también en el aumento del coste de los fletes.
Las retenciones de los países del Mar Negro, dejando a Ucrania aparte, que guardan cereal para sus cabañas ganaderas y para consumo humano, se han sumado a esta tormenta perfecta.
Por su fuera poco, la India, donde se posaron todas las miradas ante esta crisis, y que posee aproximadamente un 10% de las reservas mundiales de grano ha optado por el proteccionismo y el cierre de mercados ante las sequías y las olas de calor extremo que está sufriendo, sumadas al contexto de guerra.
A la India se ha sumado Estados Unidos, que exportará este año más maíz al resto del mundo para suplir la carencia de este cereal, pero que venderá menos trigo del inicialmente previsto para poder hacer frente a la demanda interna. Y otros países están optando por políticas similares.
Tampoco hay que olvidar el encarecimiento de los fertilizantes, ya que Rusia, duramente sancionada por la invasión de Ucrania, exporta el 20% de los mismos, según un análisis de Rabobank del que se hizo eco ‘National Geographic’.
La falta de este producto provoca, además de escasez, un inmediato encarecimiento. La consecuencia es que los precios son casi un 80% más caros e impactan de lleno en los cultivos, junto con la subida del precio del combustible, que hace que funcionen los tractores y otro tipo de maquinaria.
Los agricultores
Sin embargo, a pesar de estos mayores precios y de que se trata de una crisis que comienza desde el momento en el que una persona decide cultivar, las subidas no benefician a los agricultores. “Aunque agricultores han cobrado este año el cereal más caro que en campañas anteriores, hay que tener en cuenta que la mayoría de ellos no tiene capacidad de almacenar el grano. Vendieron al comienzo de campaña y no se han beneficiado de las mayores subidas“, defiende Corroto. “Los grandes beneficiados no son, por lo tanto, los agricultores, sino los intermediarios (es decir, los almacenistas que se han guardado la cosecha)”, subraya.
Además, Corroto destaca que “la subida del precio en la cesta de la compra no se ha trasladado de manera equitativa al agricultor, que sigue cobrando precios con los que apenas cubre la subida desmesurada de los costes de producción. Por ejemplo, el precio del gasóleo está llevando a los agricultores a apenas usar el tractor y realizar el mínimo laboreo posible. Esta situación nos lleva a preguntarnos quién se está beneficiando de la subida de la cesta de la compra, porque el productor no“, incide, señalando de nuevo a los intermediarios.
Hay que recordar, tal y como subraya Corroto, que España es un país deficitario (producimos entre 23-24 millones de toneladas y necesitamos 36) “y ahora mismo no tenemos capacidad de evitar un desabastecimiento de cereal”.
En ese sentido, la presidenta de ASAJA de Toledo advierte que “España ha ido perdiendo superficie de cereal en muchas regiones, como Castilla-La Mancha (con terrenos menos aptos para el cereal y sequías recurrentes), por la baja rentabilidad del cultivo hasta hace un año y las políticas de la Unión Europea, que desincentivan en parte la producción, obligando a dejar un porcentaje importante de la superficie de barbecho o superficies de interés ecológico”.
Ante las quejas del sector, el Consejo de Ministros ha aprobado un real decreto que establece las bases reguladoras para la concesión directa de una ayuda excepcional de 193,47 millones de euros para compensar a determinadas producciones agrícolas y ganaderas por las dificultades económicas ocasionadas por el conflicto bélico en Ucrania.
Los ganaderos
Pero no solo los agricultores sufren el aumento de los precios y los costes. “Los ganaderos también se están viendo muy perjudicados por la subida del precio del pienso, en cuya elaboración se utilizan cereales. El sector ganadero, además, no tiene opción de repercutir esta subida en los precios de la carne o la leche, aunque, obviamente, el proceso que sigue el producto hasta llegar al mercado sí ha provocado esa subida de precios”, comenta Cotorro.
Por otro lado, la Asociación Española de Productores de Vacuno de Carne (Asoprovac) habla directamente de una “tormenta perfecta” que les está perjudicando por la subida de las materias primas. “La alimentación de los animales supone más del 50% del coste de producción de un ternero, y estamos hablando de subidas de más de un 70%, con la subida de la electricidad, los combustibles y la inflación en máximos“, dice Agustín de Prada, director general de Asoprovac, a Republica.com.
“El ganadero de vacuno de carne se encuentra en una situación límite, y con una tendencia a la baja en la producción: su disponibilidad económica le hace criar menos animales”, señala para denunciar lo que sucede.
“Un productor tarde entre seis y nueve meses en criar un animal. Mete un animal ahora para su crianza… ¿Qué precio tendrá de materias primas a finales de año? Hay una incertidumbre total”, indica.
En relación a si las subidas en el lineal del supermercado son percibidas por los ganaderos, De Prada solo pide que “se cumpla la Ley de la Cadena Alimentaría (que obliga a que el precio se forme de abajo hacia arriba, que es la única forma lógica y justa y no al revés) y que los productores cubran su coste de producción en la venta de sus terneros”.
Obviamente, esa ley no se cumple, o al menos no parece si atendemos al Índice de Precios y Destino de los alimentos publicado mensualmente por la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG).
En el mes de mayo, el precio del kilo de cerdo pasó de 1,57 euros en origen a 6,18 euros por kilo en los puntos de venta, lo que supone un 294% más. Y la ternera de primera categoría pasó de 4,91 euros el kilo en origen a 17,20 en los supermercados habituales, un 250% más.
La industria, los distribuidores y los supermercados
Antes de que llegue al usuario final, y desde su origen, los productos siguen un ‘viaje’ que encarece los costes. Entramos en el terreno de los intermediarios, a los que agricultores y ganaderos señalan como grandes culpables de comprar barato y vender caro. La mayoría de asociaciones rehúyen hablar del asunto alegando un tema de “competencia”, pero en cualquier caso también se sienten perjudicados por la situación actual, con la subida de la energía y el transporte, en este caso por el alto precio del combustible.
Desde la Federación Empresarial de Carnes e Industrias Cárnicas (FECIC), nos afirman que “la situación de riesgo sobre el impacto directo e indirecto del conflicto bélico en el sector se acrecienta día a día por la problemática del aumento de los costes laborales, los precios energéticos y logísticos, así como el de las materias auxiliares”. Josep Collado, secretario general de la organización, subraya que a todo eso ahora “se incorpora ahora la incertidumbre cada vez más latente de que la cosecha de cereales de Ucrania esté en una situación de cierto riesgo sobre su disponibilidad, con las negativas implicaciones que supondría de cara al año 2023 que, sin lugar a dudas, generarían una intensificación de la corriente inflacionista de los alimentos”.
La Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (ASEDAS), a la que están asociados Mercadona, Lidl y Día, entre otros, reconoce que los problemas previos a la guerra de Ucrania junto al conflicto bélico están impactando con fuerza en el sector. Así, en un informe aseguran que al igual que en la pandemia se sacó todo adelante gracias a las empresas y trabajadores y no hubo desabastecimiento, la situación ahora es diferente. “En esta ocasión, no todo depende de nuestras empresas y nuestros trabajadores. Frente a otras crisis anteriores, ésta pone en tensión nuestro principal objetivo por circunstancias que escapan a nuestro control y frente a las que debemos actuar coordinados con los demás sectores, los responsables políticos, los medios de comunicación y la propia sociedad”, indica, sugiriendo que esa subida de precios y un posible desabastecimiento puntual son inevitables.
Aurelio del Pino, presidente de Asociación de Cadenas Españolas de Supermercados (ACES), asegura a Republica.com que la guerra de Ucrania, “un proveedor importantísimo de muchas materias primas agrarias, especialmente maíz y girasol y la situación actual han generado distorsiones y tensiones en los mercados primarios que seguirán teniendo efectos en el medio plazo“.
Del Pino afirma que la función de las grandes cadenas es “la de tratar que los consumidores sigan pudiendo disfrutar de un surtido íntegro de productos, con las mejores calidades y en las condiciones más competitivas, a través del diálogo y la cooperación con nuestros proveedores para garantizar un buen funcionamiento de la cadena y fuentes de aprovisionamiento”.
El presidente de ACES habla en este sentido de que debido a la guerra “la cadena agroalimentaria, de la que formamos parte, se está viendo sometida a un fuerte crecimiento de costes de todos los inputs que forman parte de nuestra actividad: energéticos, fiscales, ambientales, laborales, de transporte, etc. y de los importantes costes burocráticos derivados de la multitud de normas que nos están afectando y que están cambiando constantemente nuestro marco de actuación”. Dicho de otra forma, el problema persiste y se extenderá en el tiempo.
El usuario final
Sea de una forma u otra, el ticket de la compra se ha disparado. No hay que indagar mucho para comprobarlo. Solo basta darse una vuelta por el supermercado para ver que casi todos los productos han aumentado su precio. Si nos basamos en los datos, el IPC subió un 0,8% en mayo en relación al mes anterior e incrementó su tasa interanual cuatro décimas, hasta el 8,7%, por el encarecimiento de los alimentos, pero también por la gasolina y la restauración. La tendencia alcista viene también de atrás, mucho antes de la guerra de Ucrania, teniendo su origen en la pandemia.
El caso es que los datos del IPC marcan su mayor incremento desde enero de 1994, con una subida interanual del 11%, según los datos publicados por el INE.
En concreto, el alza de los precios de los carburantes llevó a la tasa interanual del grupo de transporte hasta el 14,9%, más de dos puntos por encima de la registrada en abril, mientras que los precios de la restauración provocaron que el grupo de hoteles, cafés y restaurantes elevara su tasa interanual en mayo hasta el 6,3%, cinco décimas más que en abril. En el caso de los alimentos, la tasa interanual escaló nueve décimas, hasta el 11%, la más alta en 26 años.
Solo en el último año, los aceites y grasas han elevado sus precios un 44,7% y los huevos son un 25,3% más caros. Además, muchos alimentos registran subidas de dos dígitos en sus precios, como la leche (+16,5%) y los cereales (+16,3%). El pan ha subido un 12,6%.
Tampoco se salvan las carnes. El precio de la de vacuno ha crecido un 12,3%, la de ovino un 11,5% y la de porcino un 7,2%.
Esos precios se reflejan en los supermercados, que han aplicado esas subidas desde el origen a casi todos los productos, aunque unos se han ‘aprovechado’ más que otros.
Según la OCU, concentrándonos en los últimos 12 meses, desde marzo de 2021 a marzo de 2022, son Carrefour, con un 12,1%, y Mercadona, con un 11,4%, las cadenas que más han subido. Sin embargo, en El Corte Inglés e Hipercor la subida ha sido menor: el 7,7%.
No obstante, tanto Mercadona como Carrefour siguen manteniéndose entre las cadenas nacionales más baratas, junto con Alcampo.
Las subidas afectan al 84% de los productos según la organización y se nota especialmente en los precios de los alimentos.
Entre los más afectados destacan los aceites (34%), los pescados (16%), los alimentos envasados (11%) y los lácteos (11%). Los datos son preocupantes porque, de mantenerse, supondrán un incremento de más de 500 euros al año en la cesta de la compra para una familia media. Todo un drama para algunas personas a las que ya les cuesta llegar a fin de mes.
Y es que, las subidas fueron más moderadas hasta diciembre de 2021, pero se han acelerado en el primer trimestre de 2022, por los efectos de la guerra en Ucrania, el encarecimiento de los carburantes y el paro en transportes.
El Tercer Mundo
Con todo este panorama, la FAO y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ya han avisado de que existe el riesgo de que haya una crisis alimentaria generalizada, ya que el hambre amenaza la estabilidad en decenas de países, sobre todo en el Tercer Mundo.
Ambas organizaciones de Naciones Unidas advirtieron en un informe de “las múltiples crisis alimentarias que se avecinan, impulsadas por los conflictos, las perturbaciones climáticas, las consecuencias de la pandemia del COVID-19 y la enorme carga de la deuda pública, agravada por los efectos de la guerra en Ucrania, que ha hecho que los precios de los alimentos y el combustible se aceleren en muchos países del mundo”.
En el documento, la FAO y el PMA piden una acción humanitaria urgente en 20 “puntos calientes del hambre”, en los que la situación puede empeorar “entre junio y septiembre de 2022”.
El director general de la FAO, QU Dongyu, aseguró estar “profundamente preocupado por el impacto combinado de las crisis superpuestas que ponen en peligro la capacidad de las personas para producir y acceder a los alimentos, empujando a millones más a niveles extremos de inseguridad alimentaria aguda”.
Por su parte, el director ejecutivo del PMA, David Beasley, aseguró que el mundo se enfrenta “a una tormenta perfecta que no sólo va a perjudicar a los más pobres entre los pobres, sino que también va a abrumar a millones de familias que hasta ahora apenas han podido mantenerse a flote”.
“Las condiciones ahora son mucho peores que durante la Primavera Árabe de 2011 y la crisis de los precios de los alimentos de 2007-2008, cuando 48 países se vieron sacudidos por disturbios políticos, revueltas y protestas”, añadió.
Porque África, otra vez, va a volver a sufrir las peores consecuencias, ya que el continente, en especial la parte Oriental (Somalia, Etiopia y Kenia) sufre un problema de escasas lluvias tras una sequía sin precedentes, mientras que Sudán del Sur se enfrentará a su cuarto año consecutivo de inundaciones a gran escala.
Según la FAO, hay medio centenar de países en el mundo que obtienen un tercio de su suministro de trigo de Rusia y Ucrania y ahora mismo no pueden acceder a ello por dos motivos que van de la mano: el bloqueo de los barcos ucranianos en el mar Negro por parte de Rusia y el veto al comercio ruso por parte de las principales potencias.
Hace unos días, el presidente de Senegal y presidente de turno de la Unión Africana (UA), Macky Sall, pidió soluciones para los “efectos colaterales” que están sufriendo. Entre otras cosas, llamó la atención sobre la iniciativa Alimentación y Agricultura de Resiliencia (FARM, por sus siglas en inglés), incidiendo en que África dispone del 60% de las tierras cultivables del planeta y también de importantes recursos hídricos.
“Lo que nos falta y que vosotros podéis aportar, es la inversión financiera y tecnológica para poder producir más y mejor, y crear una prosperidad compartida”, defendió. “Eso es lo que yo entiendo por partenariado y complementariedad”, recalcó. En pocas palabras, el eterno problema de África: muchos recursos, poca ayuda.
Posibles soluciones
¿Pero qué soluciones hay para paliar este gran problema que afecta a los precios de los alimentos? De momento, uno de los principales sería desbloquear la salida del cereal almacenado por Ucrania, que acumula ahora más de 22 millones de toneladas retenidas.
Moscú, atenazado por las sanciones, ha acordado en las últimas horas con Turquía, que hace de mediador en el conflicto, permitir que los barcos vuelvan a salir con el grano de los puertos ucranianos, pero con una condición: que se suavicen los castigos que impiden a Rusia exportar con normalidad sus productos. Así pues, la situación está lejos de solventarse y no parece que el precio de los cereales vaya a desplomarse en un corto plazo.
Los presidentes de la Comisión Europea y el Consejo Europeo coincidieron este pasado miércoles en que la seguridad alimentaria es ahora una de las armas del régimen de Vladimir Putin en su invasión de Ucrania, y no parece tampoco que vayan a ceder.
El ministro español de Agricultura, Luis Planas, hablaba hace unos días de una situación de inflación “excepcional”, que comenzó con la pandemia y se potencia ahora con la guerra. Habría que cambiar la palabra “excepcional” por crítica. Al Gobierno sin embargo no le preocupan tanto los altos precios como la “alta volatilidad” de los productos, algo que no se solucionará a corto plazo.
El Ejecutivo concede ayudas a agricultores y ganadores, aprueba bonificaciones y ayudas para paliar el precio de la gasolina y la luz, pero en lo que nos atañe ahora, el tema de los alimentos y su elevado precio para el consumidor final, no hay soluciones. Y todo indica que la situación se agravará en los próximos meses.
Desde las asociaciones de agricultores y ganaderos, como ASAJA, denuncian la pérdida de soberanía alimentaria de Europa, donde en todos los convenios comerciales que firma utiliza la agricultura como moneda de cambio, incentivando las importaciones agrícolas y desincentivando la producción europea y nacional.
“No defendemos una economía autárquica, obviamente, pero debemos asegurarnos un porcentaje importante de independencia alimentaria y lo que estamos viviendo nos da la razón”, dice la presidenta de ASAJA de Toledo como posible solución.
Por su parte, desde ASEDAS proponen un documento con cinco medidas urgentes frente a la crisis multifactorial, en el que se recogen las demandas de los empresarios para “servir al consumidor que, en estos momentos, es nuestra prioridad y nuestra mayor fuente de preocupación”: garantizar el acceso de nuestras empresas a la energía a costes sostenibles, transporte seguro, eficiente y garantizado, acceso seguro y flexible a las materias primas, reducción inmediata de impuestos (rebaja del IVA en productos de alimentación y gran consumo para atender las necesidades de la población) y del coste regulatorio y, por último, la regulación urgente del carácter esencial del sector de la distribución alimentaria para permitir el aseguramiento del suministro y la actividad de las empresas con la flexibilidad suficiente para atender a la demanda en esta situación excepcional
Desde ACES, creen que la situación tiene arreglo, pero piden una reflexión de las autoridades para “facilitar el trabajo de las empresas, disminuir su carga fiscal y eliminar trabas y costes innecesarios y desproporcionados”.
“La gran distribución se rige por el funcionamiento de los mecanismos del mercado. El propio mercado y la competencia entre las empresas son las que hacen que estos incrementos de costes que se dan a lo largo de los eslabones puedan ir minimizándose a lo largo de los procesos de comercialización. Depende de cada uno de los eslabones de la cadena de valor y de la capacidad de las empresas para hacerlo. El consumidor debe tener la certeza de que, en cualquier circunstancia, le daremos la mejor solución posible”, asegura el presidente de la asociación.
Desde una perspectiva más global, la FAO cree que se necesita un plan de tres puntos para ‘reducir’ las consecuencias globales de esta crisis: mantener la producción de alimentos apoyando los cereales y otros cultivos, apoyar las cadenas y los mercados agroalimentarios mediante la participación del gobierno y el sector privado en la prestación de servicios a los pequeños productores a través de asociaciones público-privadas, y coordinar la seguridad alimentaria
El futuro próximo
Lejos de arreglarse la situación, desde todos los sectores urgen a prepararse para lo que está por venir y tildan los próximos meses como críticos, incluso para el próximo año. Porque tal y como ha dicho Naciones Unidas, la actual crisis de los cereales puede convertirse en 2023 en una verdadera “catástrofe” mucho más amplia.
“La crisis de alimentos de este año es por falta de acceso. La del año próximo puede ser por falta de comida“, señaló el secretario general de la ONU, António Guterres, en la presentación de un informe elaborado por la organización sobre el impacto global de la invasión rusa de Ucrania.
El documento, el segundo sobre este tema tras otro publicado en abril, subraya que el mundo está ante la mayor “crisis del coste de la vida” en una generación, con los precios de los alimentos cerca de máximos históricos, con fertilizantes que cuestan el doble que hasta hace poco y con el petróleo y el gas disparados.
“Las personas y países vulnerables ya están siendo duramente golpeados, pero no se equivoquen: ningún país o comunidad quedará a salvo de esta crisis del costo de la vida“, insistió Guterres.
Estamos avisados.
Font: República de las ideas